Esta
carrera ha dejado tras de sí muchas secuelas, ninguna física, todas mentales,
con una inédita y a la vez extraña impresión de haberme saturado de kilómetros,
con esa sensación parecida a la que se tiene cuando un buen día te atiborras de
un alimento hasta tal punto que terminas por aborrecerlo. Si existe el
sobre-entrenamiento físico, desde este momento tengo el convencimiento que
también hay uno psicológico.
Treinta
días han pasado desde que cruzase aquella insólita y desolada línea de meta.
Porque allí en lo más alto no hay público que anime, ni familiares ni amigos
esperando impacientes tu llegada, allí arriba no hay nada. Si acaso algún que
otro corredor recién llegado, personal de la organización de carrera que
pacientemente esperan nuestra llegada para dar fe del tiempo empleado, una
ambulancia con sanitarios y poco más. Allí arriba, como decía un simpático
corredor gaditano con el que compartí algunos kilómetros: “aquí por no haber no hay ni bichos”.
Treinta
días buscando, (que no encontrando), alguna lógica a esto del correr y sobre
todo buscando esas ganas que me animen a meter de nuevo los pies dentro de las
zapatillas. Cuatro salidas durante el periodo estival, con buenas sensaciones
en el apartado físico pero totalmente falto de ganas y motivación, digamos que durante
estos rodajes no he sufrido pero tampoco he disfrutado. Y es que, por más que
busco en el baúl donde deberían encontrarse los motivos y razones para tanta pregunta,
para tanta desgana… no encuentro.